jueves, 10 de noviembre de 2011

EL DEBATE


       

         Así, a secas, El Debate, anunciaban a bombo y platillo algunas de las numerosas cadenas de televisión que lo iban a retransmitir el decisivo cara a cara que, a dos semanas de las elecciones, daría aire a los llamados socialistas o terminaría de lanzar a los llamados populares hacia la Moncloa. Desde por la mañana -en algunas cadenas desde el día anterior- aparecía en una esquina de la pantalla un reloj con la cuenta atrás para el comienzo del duelo dialéctico.

Durante esas horas previas las especulaciones acerca del color del traje, la corbata o la camisa de los candidatos parecían lo más importante. Causa tristeza pensar que haya ciudadanos cuyo voto pueda decantarse por uno u otro en función de la caída de su chaqueta o la audacia de su corbata, y que nuestras vidas vayan a depender en parte de tan volanderas decisiones como son las de los indecisos. No parece que vaya a ser el caso esta vez. Uno, más o menos ingenuo, a pesar de haber decidido no ver el debate debido al desprecio a la democracia que supone reducir a dos los participantes, no acertó a evitar, llegada la hora, arrellanarse muellemente en el sofá con la esperanza de conocer sus propuestas e ideas en tal o cual asunto de los planteados, a lo largo de varios bloques pactados previamente por los dos partidos, por el constreñido presentador. Pues ni propuestas ni ideas ni chicha ni limoná. Uno evitando hablar de lo que hizo y el otro evitando hablar de lo que hará, y cada cual preguntando al otro sobre lo que no quería hablar. Como una tonta partida irresoluble al tres en raya. Hubo, eso sí, una llamativa excepción: los casos de corrupción. A cada minuto que pasaba iba uno confirmando sus sospechas sobre el tácito y vergonzante acuerdo al que habrían llegado de no tirarse los trajes ni las gasolineras a la cabeza, para alegría de honorables y corrutos.

En la prensa del día siguiente llama a uno la atención las escasas referencias al bajísimo nivel del debate y a la riña de patio de luces en que lo convirtieron por momentos, dilapidando su tiempo y el de los millones de espectadores que lo siguieron. Cada periódico busca, naturalmente, la aquiescencia de su clientela: para el diario Público “Rubalcaba descoloca a Rajoy”; en las antípodas de esta apreciación, La Razón va un paso más allá y titula: “Rajoy presidente.” Sí hay, en cambio, algo en lo que todos los medios coinciden, no en el fondo sino en la forma: lo importante, más allá de ideas o propuestas, es quién ganó el debate. Aburrido ante tan previsible y manida discusión, avanzo hasta las desopilantes páginas en las que analistas, asesores de imagen, psicólogos, estilistas y un pintoresco etcétera de expertos desgranan las claves del mismo.

C. M. y A. G. ponen de manifiesto que tanto Rubalcaba (en adelante Ru) como Rajoy (en adelante Ra), en la elección de sus corbatas, “han apostado por el azul marino, que transmite seriedad”. Apuntan asimismo que “ninguno cambió de corbata al ver la del oponente”. Por su parte, la diseñadora A. L. asevera, bajo el titular “La clave, en los cuellos de las camisas” que “siendo estos antagónicos son un reflejo de su idea de concebir la política: el de Ru era italiano: picos abiertos y solapa separada y corta; el de Ra un cuello francés que proviene del clásico inglés cerrado pero con la pala más abierta”. Por más que paseara uno la mirada por ambos cuellos, sólo habría advertido su antagonismo en las viñetas de las siete diferencias de la página de pasatiempos, y desde luego jamás habría llegado a imaginar que el cuello de la camisa pudiera ser un reflejo de la idea de concebir la política de nadie. En fin, cosas veredes. V. S. de A., psicóloga y experta en lenguaje no verbal, destaca de Ra que “especialmente trabajada estuvo su sonrisa”, y de Ru que “en la parte económica de su discurso ha extendido en demasía los brazos, lo que transmite agresividad”, si bien fue algo que “controló después del intermedio, cuando unió más las manos en el campo que domina: el social”. Esto en sólo dos periódicos. Si siguiéramos escarbando en otros medios -empeño sin duda divertido pero para el que no tenemos tiempo- concluiríamos que el cuento de las chorradas a cuenta de la imagen no tiene cuento.

Las páginas siguientes dan cuenta de las reacciones de PP y PSOE al resultado del debate, aún más previsibles: los dos ganaron. No insisto. De haberlo visto, a Javier Clemente le habrá encantado El Debate: empate a cero.

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