martes, 24 de enero de 2012

ESGUINCE EN SOL M

De vez en cuando la vida nos besa en la boca.  Por ejemplo (y es un beso casto, como a prima, pero un beso al fin), cuando aparece en mitad de la jornada del lunes un horizonte de casi una hora para hacer lo que me venga en gana, y se me ocurre una idea mejor que ponerme a tocar o subir a la cafetería del conservatorio, y es dejar constancia de la deferencia que el azar y una pelota de baloncesto han tenido hoy conmigo mientras escucho el Krönungkoncert para piano de Mozart, que parecía aguardar precisamente este instante escondido entre tantos tediosos, deprimentes discos de flauta. Desgraciadamente, la versión, una de esas económicas que compraba de joven (las caras las robaba), corre a cargo de la Orquesta Sinfónica de Ljubljana, que más que interpretar la música se diría que la ejecuta. Del pianista, lo menos malo que se puede decir es que su interpretación se ve afectada por sus creencias religiosas, inequívocamente cristianas: la mano izquierda no sabe lo que hace la derecha. Para más inri, la grabación, realizada durante un concierto, se escucha plagada de ruiditos, sobre todo esas toses contagiosas entre movimientos. (Recuerdo ahora una grabación en vivo de la Pasión según San Mateo, dirigida por Furtwängler, en la que en un momento dado se escuchaba de fondo uno de esos roncos teléfonos antediluvianos).

A Mozart hay que aguantarle muchos (muchos) minutos inanes hasta que llega un motivo que causa emoción, pero lo curioso es que casi siempre acaba llegando. Uno ha sufrido lo suyo con su música para flauta, especialmente con su Concierto en Sol M, indefectible piedra de toque en cualquier prueba orquestal que, exceptuando el movimiento lento, no es más que una sucesión de escalas, arpegios y series de terceras. Aburrido como una exhibición de pirotecnia. Quizá me suceda con él como con tantas canciones de los Beatles, que de tan oídas las aborrezco y ya no soy capaz de escucharlas objetivamente, con oído limpio. Aun así, hay que sufrirlo cada vez que un alumno de quinto o sexto lo toca, pues hay que reconocer que, didácticamente, Mozart, como Bach, es insustituible. De puro desnudo, ningún compositor que aporte tanto al buen intérprete ni ponga tan en evidencia al malo.

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