sábado, 28 de julio de 2012

LA DUDA, DENTRO

Ha llamado Carlos mientras cenábamos en la caravana. Iba con Sandra y los niños hacia el Villamar. Les he invitado, pero he cometido el desliz de añadir que no teníamos mucha comida. De todos modos no habrían venido. A continuación he incurrido en un segundo error: le he dicho a mi hermano, aunque no en un tono que no pudieran oírlo los demás, que mi invitación no ha resultado muy creíble. Me ha mirado fríamente y no ha respondido. De la anécdota, que me impide disfrutar plenamente de la cena, concluyo que, pasada la juventud, para la que justamente se concede una medida indulgencia, nada se castiga como la duda; que aquel que es consecuente con sus convicciones y las lleva a término, así sean las más disparatadas, es respetado. Pero el que duda...

Castro Troenzo

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