viernes, 23 de noviembre de 2012

TENDRÁ QUE SER ASÍ

         No habrá en la vida muchas satisfacciones que puedan compararse a la publicación de un primer libro. Devolver siquiera una mínima parte de lo recibido por la lectura sería suficiente motivo para intentarlo, y fantasear con ser leído por un ramillete de autores predilectos a los que poder divertir, emocionar o simplemente acompañar, a ellos que tanto nos han acompañado y tanto consuelo han dado a nuestras noches y días, presta a la voluntad coraje y vuelo al corazón.

Pero el primer motivo por el que uno escribe no es la gratitud, ni son aquellos admirados maestros, coautores en cierto modo, los destinatarios últimos. Uno escribe por necesidad y para sí. Y también, claro, para los compañeros del alma –para la afición, habríamos dicho de no haber ido tomando derroteros tan solemnes–, que atesoran la rara virtud de soportarnos y a veces hasta querernos. Momento escogido como pocos le parecía a uno ir repartiendo entre éstos los primeros ejemplares dedicados, como el que da lo mejor que tiene, e imaginaba cómo serían las futuras conversaciones sobre el libro según el carácter de cada uno de ellos.

Pero el pasar de los meses ha deparado la sorpresa de que, salvo contadas excepciones, un vergonzante velo de silencio posterga esos coloquios (imagino que, a un año de la edición, indefinidamente). Y es gran lástima, pues cuánto más que del crítico o el reseñista ha sacado uno en limpio del amigo que le recrimina que ponga predio en vez de prado, tornasol por girasol, o que afea cierta rima forzada. No parece prudente que sea el autor quien saque al ruedo el asunto. Algunas veces, cuando alguien se ha sentido impelido a hacerlo, lo ha hecho de manera ingeniosa, preguntándome por el libro... a mí. Pues muy contento en todos los sentidos, respondo, hasta que adivino que el verdadero objeto de la cuestión es conocer cómo van las ventas; es decir, lo único con lo que no puedo estar contento.

Pero ya digo que lo normal es el silencio, motivado por aquellas dos taras de las que no hemos sabido limpiar a la poesía: la pereza y la vergüenza. Pereza es el sentimiento mayoritario que reconocen sentir hacia la poesía quienes no leen absolutamente nada, pero también aquellos que no tienen empacho en embaularse novelones de 800 páginas sobre las cruzadas o el imperio maya. Buena parte de la culpa en este estado de cosas es –ay– de tantos supuestos poetas que, por hacerse los interesantes, la han querido enterrar con la basura de lo abstruso por arrimar el ascua a su sardinilla. Y vergüenza, octavo pecado capital, sigue dando hoy –parece menterio– hablar de poesía, que nos vean leyendo poesía, confesar que escribimos poesía. En fin, cosas del país y de los tiempos.

Tal vez con el siguiente...

6 comentarios:

  1. Ay. Pero esa quietud ha quedado en la memoria de unos pocos, y eso no es poco. Desde luego, ha quedado en la mía. No te preocupes por esas cosas, no podemos con ellas.

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  2. Así es, Sergio, reconozcamos que esto de la poesía es una cosa rara y para gente dudosa. De hecho, cuanta más poesía leo más rara me parece y más dudas me corroen.

    Un abrazo.

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  3. Te decía, el mismo día que publicaste, que los pensares del poeta van por una senda clara, donde la naturaleza recobra su peso humano de palabra, a veces divina, como tus poemas, que beben en una fuente de sencillez y belleza, y luego la saben escandir, que más se puede pedir:
    " ¿Tiene precio el recuerdo,
    las historias que espléndidas
    reflejaron -espejo carne adentro-
    nuestra verdad más neta y más recóndita,"

    Salud y un abrazo, Sergio

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  4. Respuestas
    1. Algo de pereza,también de vergüenza,pero sobre todo,no saber decir en palabras lo que sientes con la facilidad de vds.Leerles,engrandece y si se trata de insuflar energía diré que cuando releo QUIETUD experimento:excalofrios,libertad,paz,llanto,alegría,...PLACER.
      Espero el siguiente.
      Gracias POETAS.

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