lunes, 26 de noviembre de 2012

EXABRUPTO

         El delicado arte de hacer arte del exabrupto.

         –¿Y en qué te vas a gastar tantos millones? –pregunta la vecina chismosa refiriéndose a una herencia.

         –Pues mira, en vino y en putas –contesta el borrachín del pueblo, al que todo el mundo se cree con derecho a vacilar.


        La respuesta, desde luego más delicada que la pregunta, me parece una manera elegantísima de decirle a la enredadora que se meta en sus asuntos.

viernes, 23 de noviembre de 2012

TENDRÁ QUE SER ASÍ

         No habrá en la vida muchas satisfacciones que puedan compararse a la publicación de un primer libro. Devolver siquiera una mínima parte de lo recibido por la lectura sería suficiente motivo para intentarlo, y fantasear con ser leído por un ramillete de autores predilectos a los que poder divertir, emocionar o simplemente acompañar, a ellos que tanto nos han acompañado y tanto consuelo han dado a nuestras noches y días, presta a la voluntad coraje y vuelo al corazón.

Pero el primer motivo por el que uno escribe no es la gratitud, ni son aquellos admirados maestros, coautores en cierto modo, los destinatarios últimos. Uno escribe por necesidad y para sí. Y también, claro, para los compañeros del alma –para la afición, habríamos dicho de no haber ido tomando derroteros tan solemnes–, que atesoran la rara virtud de soportarnos y a veces hasta querernos. Momento escogido como pocos le parecía a uno ir repartiendo entre éstos los primeros ejemplares dedicados, como el que da lo mejor que tiene, e imaginaba cómo serían las futuras conversaciones sobre el libro según el carácter de cada uno de ellos.

Pero el pasar de los meses ha deparado la sorpresa de que, salvo contadas excepciones, un vergonzante velo de silencio posterga esos coloquios (imagino que, a un año de la edición, indefinidamente). Y es gran lástima, pues cuánto más que del crítico o el reseñista ha sacado uno en limpio del amigo que le recrimina que ponga predio en vez de prado, tornasol por girasol, o que afea cierta rima forzada. No parece prudente que sea el autor quien saque al ruedo el asunto. Algunas veces, cuando alguien se ha sentido impelido a hacerlo, lo ha hecho de manera ingeniosa, preguntándome por el libro... a mí. Pues muy contento en todos los sentidos, respondo, hasta que adivino que el verdadero objeto de la cuestión es conocer cómo van las ventas; es decir, lo único con lo que no puedo estar contento.

Pero ya digo que lo normal es el silencio, motivado por aquellas dos taras de las que no hemos sabido limpiar a la poesía: la pereza y la vergüenza. Pereza es el sentimiento mayoritario que reconocen sentir hacia la poesía quienes no leen absolutamente nada, pero también aquellos que no tienen empacho en embaularse novelones de 800 páginas sobre las cruzadas o el imperio maya. Buena parte de la culpa en este estado de cosas es –ay– de tantos supuestos poetas que, por hacerse los interesantes, la han querido enterrar con la basura de lo abstruso por arrimar el ascua a su sardinilla. Y vergüenza, octavo pecado capital, sigue dando hoy –parece menterio– hablar de poesía, que nos vean leyendo poesía, confesar que escribimos poesía. En fin, cosas del país y de los tiempos.

Tal vez con el siguiente...

lunes, 19 de noviembre de 2012

viernes, 16 de noviembre de 2012

LA EDAD DE ORO

          Cada vez que alguien os hable de la edad de oro de esto o aquello, preguntaos si no se referirá sólo a su edad de oro.

jueves, 15 de noviembre de 2012

14-N

          Escuchamos que había 35.000 manifestantes (serán los recortes) donde había, si no un millón, varios cientos de miles (y no es que nadie los contara de uno en uno, pero hoy día existen métodos de recuento con un margen de error pequeño). Leímos de buena mañana -La Razón, ABC- que la huelga había fracasado, antes de iniciarse las manifestaciones, uno de sus indicadores más fiables. Escucharemos que los que no se han sumado a la huelga, muchos de ellos bien por temor a represalias por parte de su empresa, bien por no poder permitirse renunciar al sueldo de ese día, no están de acuerdo con lo que en ella se reivindicaba, de lo que se deduce que apoyan la actuación del gobierno. Escuchamos también entre divertidos y atónitos el todo por la huelga pero sin la huelga del PSOE, corresponsable de la situación a la que se ha llegado, y vimos a diputados de ese partido mostrando en el parlamento carteles en los que se leía: "Hay culpables, hay soluciones" (suponiendo que se consideren la solución, sería la primera vez que la solución es el problema). Escuchamos también, emocionados, la voz de los inmigrantes defendiendo sus derechos y los de todos, la sanidad que les quieren negar, la educación que nos quieren arrebatar, acaso por una razón tan simple y despreciable como apuntalar la superioridad que la actual clase gobernante cree poseer.

          Y vimos y veremos en sus televisiones, incluida la de todos, las imágenes de los incidentes, de las cargas, de los inaceptables piquetes llamados coercitivos, que coparán más tiempo que las de las pacíficas y multitudinarias manifestaciones. Y con el alma aún encogida, escucharemos a miembros del gobierno y del PP repetir con su más cínica sonrisa, también la más natural, la consigna de la "normalidad". Terrible normalidad, y peligrosa, tanto más cuando observamos las maniobras del gobierno por prohibir que se grabe a  las fuerzas del orden. Veremos también los intolerables desmanes cometidos por los violentos, siempre prestos a pescar en río revuelto. Pero lo que no veremos en ninguno de sus telediarios será cómo algunos de estos encapuchados, demostrados reventadores de manifestaciones, gastan porra y pinganillo.

          Lástima que no fueran a la huelga los que tendrían que hacerla indefinida.
 

sábado, 10 de noviembre de 2012

DOS PÓSTUMOS (II)

          Dos meses antes que Carlos Pujol nos dejó Tomás Segovia. Llegó uno tarde, a través de la bitácora dedicada a su obra, a este poeta de lo natural que nos dio como adehala de su extensa obra en verso estos Rastreos y otros poemas, poemario que, como el título indica, consta de dos partes que podrían conformar dos libros distintos.

          Los poemas de los “Veinte rastreos por mis lindes” son largos y digresivos, más herméticos que los de la segunda sección, pero no distintos en el fondo. Los nace la necesidad de dejar constancia, de dar fe de los márgenes de una vida que se consume: la calle familiar contemplada a través de la ventana, el soplo de una brisa, una mansa lluvia, el pausado silencio soberano…; en definitiva, una realidad que “a veces me hace seña”, volcándose “En nimios episodios fascinantes”, “Medio escondiéndose para mostrarse / (…) / Para que nunca olvide / Que se la ve mejor medio escondida”. Dicho de manera igualmente memorable, lo entrevisto se ve mejor y dura más que lo visto, en palabras de JRJ. Las imágenes son frescas y sorprendentes –rauda reja entrecortada, llama a la lluvia–; el tono, íntimo y trascendente. Nos piden estos poemas que volvamos sobre ellos, y a cada nueva relectura captamos nuevos alcances. Un poema por día no sería un ritmo lento. Pero mejor que detenernos a señalar los poemas o los versos que preferimos, venga aquí uno de estos rastreos, el segundo, demasiado extenso para reproducirlo completo:

A este tan consabido
Tan ya mil veces visto viento fresco
¿Se lo he dicho ya todo?
Él vino sin memoria
Sin saber cuántas veces vino antes
Él viene siempre por primera vez
Pero yo por desgracia por desgracia
No podría tener esa inocencia
Bien quisiera esta vez callarme
Serle del todo fiel sin ponerme a escondidas
A retozar con las palabras
Mas todo lo que ya le tengo dicho
Sigue flotando aquí como en el aire
Sigue soplando en su frescura
Sigue hablándole a él que sé que no me escucha
Porque no sé si hablo para alguien
Pero sé que no hablo para mí
(…)
Y es claro que no habrán de responderme
Ni la rama ni el viento
Mudamente enlazados en esa lucha hermosa
Está claro que nunca podré ser de su raza
Está claro a qué estirpe pertenezco
Pero yo tengo cosas que decir a los míos
Y que ellos no podrían escuchar
Sino en lo que yo digo cuando le hablo al viento
Cuando hago deserción de entre los míos
Y voy a revolcarme con las ramas
Pidiendo a todos que me dejen solo
Que ninguno me hable
Que se queden allá con sus asuntos
Con sus palabras con su algarabía
Pero si estoy aquí dando la espalda a todos
Es porque aquí no pueden estar todos
Y alguien tiene que estar
Alguien aquí tiene que hablar por ellos
(…)
Y aunque ellos no lo sepan
Si toleran mi voz de desertor
Si sólo a medias me condenan
Si me siguen teniendo entre los suyos
Cuando les doy la espalda
Y permiten que hable
Con lo que no está permitido hablar
Es porque ellos también son fieles
Es que detrás de ellos
Sigue viviendo una primera voz
Que sigue hablando con el viento y con las ramas
Es que sigue callada en sus palabras
La voz que han olvidado pero no traicionado.

*   *   *

          Los “Otros poemas” son más breves, y casi siempre desarrollan una idea concreta, por lo que resultan más accesibles. Están distribuidos en tres secciones. En la primera, de título inequívoco (“Horizonte arbolado”), tenemos noticia de un fresno, un cerezo o unos almendros, y también del azul que los baña o el aire que los mueve demostrando “Cuánta amistad tienen las cosas / Las unas con las otras / (…) / Y cómo hay en el mundo regiones perdonadas / Donde la vida puede darse / Como un transcurso en el que confiar.” Pero no menos necesario que esa luz y ese aire es el silencio que nos permite comunicarnos con la naturaleza y con nosotros: “Y es preciso apoyar / Con las uñas y dientes del deseo / Que no muera el silencio en nuestro mundo / Que nunca llegue el día en que ya no podamos / Estar a solas con un árbol / Sin más que el limpio aire entre nosotros”.

          La segunda sección, “Hay días”, da cuenta de horas de sereno cumplimiento, de días de recogimiento en los que el roce helado de los soplos del mundo “Significa el respeto que las cosas nos piden”; días para sentarnos a descansar en reverencial silencio en una apaciguada orilla, “(…) ese lugar mío / Que me ha esperado siempre en cualquier sitio”; días de frío, con el que mantiene el poeta una distante cortesía lejana a la amistad; días y lugares a los que no encontraríamos, por mil años que buscáramos, un reproche que hacer, “Con todas sus purezas reunidas y a salvo / La del puro silencio la de la pura calma / La del frescor del aire / (…) / Menos mal que podemos alguna que otra vez / Alargar el pescuezo para beber un sorbo / en estas limpideces”; hay un día también, nada menos, que para despedirnos del mar insomne y confidente.

          En la tercera y última sección, “Déjala correr”, reflexiona el poeta acerca del tiempo y su final, en el que busca el breve instante eterno, su “dosis de azul, verde y silencio / Tomada a largos tragos perezosos”, “Ese lugar donde entre yo y la vida / No hay sino entendimiento natural”. El hombre, ya con el pie en el estribo, se recuerda, con extrañeza ante aquel que “Avanzaba sin arma y sin coartada / Y desarmando toda enemistad” hacia “Aquella brisa clara aquel paisaje en vilo / Aquella hora sin dueño / (…) / Era la mano de la vida misma / La que allí me llevaba de la mano”. Se sienta en un banco, se abandona a la caricia del sol, aspira la brisa consciente de que “Tanta dulzura tan sin condiciones / Tanta culpa lavada / Podrían no tener retorno.” Poemas, algunos, que no podemos comprender aún del todo, que comprenderemos a su tiempo. Poemas para leer toda la vida, de esos que dejan en tempero el alma.

          No importa que de vez en cuando un verso rompa la natural caída del acento, o que no haya una cadencia rítmica regular (tras los eventuales eneasílabos el verso siempre vuelve a la casa del heptasílabo y su hermano mayor endecasílabo). Tampoco importa que la ausencia de signos de puntuación nos exija un mayor esfuerzo, siempre recompensado (sólo aparece uno por poema, el más prescindible desde el punto de vista del significado, el punto final); ni que cada verso comience en mayúscula, aspectos que pueden diferir su comprensión (a este respecto, puntuar los poemas es, además de un ameno ejercicio, una hermosa manera de hacerlos nuestros).

            Lo que importa es que a los poetas verdaderos como Tomás Segovia o Carlos Pujol, poetas hasta el final, nunca dejará de correrles la savia por sus versos. Hay para el arte, escribe Javier Almuzara en uno de sus asombros, quien nace viejo y quien muere joven. Y no del todo, añadiríamos ante estos dos ejemplos de lo segundo.
  

martes, 6 de noviembre de 2012

DOS PÓSTUMOS (I)

         Por bestiario se conoce a la obra en que la se describen animales reales o imaginarios –a veces también plantas o minerales- a los que se da un sentido simbólico. A tal tipología responde desde el título este Bestiario, poemario póstumo de Carlos Pujol, cuya chispeante originalidad estriba en que sus animales no se pliegan al papel de destinatarios de los poemas, sino que son ellos quienes toman la palabra. Un lector apresurado podría temerse que de tal condicionamiento sólo habrá podido salir un libro anecdótico o menor. No lo es en absoluto. Sigue a El corazón de Dios, también publicado en Cálamo, uno de esos libros que uno se llevaría a la tumba por cumplir con los dos requisitos que Mario Quintana pedía de ellos: que ayude en la vida y sepa preparar para la muerte.
En Bestiario conocemos la historia de algunos animales vivos (los menos, algunos de ellos reencarnación de humanos), juguetes, peluches o chirimbolos como la miniatura de marfil en que paró un elefante. Unos y otros, de vuelta de todo, oyen, ven y callan, pero sacan sus conclusiones. Ellos mismos nos cuentan su vida después de la vida en este “zoo de mentirijillas”. Un ratón se muerde la lengua ante las animadas conversaciones de la casa; un cocodrilo lamenta no saber leer; una tortuga envidia el humano trajín y quisiera ir por la vida “con una agenda dicen que apretada, / como los vips de muchas campanillas.”

         Aprovecha el autor la voz de sus amigos para tirar contra políticos, autores de best-sellers, o directamente contra el egoísmo y fatuidad del género humano. Dispara una rana: “Si no os reís conmigo, / ¿de quién os vais a reír? / No será de vosotros, ¡eso nunca!”. Tampoco sale bien parada la ciencia, “que nos prohíbe / creer cosas así, / imposibles y bellas”, como que la salamandra, según se creía antiguamente, “habitaba en el fuego sin quemarse.”

         En un momento dado uno de esos animales, que no por carecer de movimiento han perdido la facultad de razonar, desvía el foco hacia ese señor que sentado a su mesa los preside. Como congéneres del autor, lo que nos interesa es su relación con esta animada animalia, y eso es lo que se nos da: algunos, seguros de su superioridad, profesan desdén hacia los hombres, como el mono: “no saben / que nuestras pantomimas son escarnio / simiesco de sus aires satisfechos”; otros muestran compasión, como esa paloma que “en nuestras pesadillas imagina / poner ramas de olivo pese a todo”. Piadosa lástima que hace el camino de vuelta, pues es la misma que siente el lector por las criaturas de aquel zoo de andar por casa, por la mortal inmortalidad a que están condenados, por su inmovilidad, su desorientación y su perplejidad, como la del caballo de porcelana que pasa su vida “inmóvil y al galope”, de plantón “por la carrera que no tiene fin”. En lo que todos coinciden es en añorar su vida anterior, la soberana, la suya. “No sé si soy un perro imaginado”, dice uno de los convidados de trapo, “pero si puedo recordar, existo.” Igual sigue existiendo, en su obra y en nosotros, el poeta.

domingo, 4 de noviembre de 2012

MANERAS DE CREER

           Si alguna vez os regalan un cuerno de ciervo, o de corzo, o de rebeco, no torzáis el morro. Pensad en el valor que pueda tener para quien os lo regaló. En su fe, acaso sea para él ese hallazgo como para un cristiano viejo el de un trozo de la cruz o la túnica de Cristo.