viernes, 4 de enero de 2013

UN PASSANT

        Después de un largo día de rambleo por París, de volver a los cuatro rincones que escogimos como más nuestros, como hacemos en cada una de las ciudades a las que nos gusta regresar, por sentirnos en ellas menos lejos de casa; tras comprobar con íntima alegría cómo entendemos aquella lengua y nos hacemos entender con ella; después de reconocer intacta nuestra atracción por la ciudad, que nos sigue deslumbrando como la primera vez a pesar de las aglomeraciones de un turismo que no me atrevo a criticar siendo parte de él (pedante sería elevarme a la categoría de viajero sobre los "rebaños de turistas"), no me he reencontrado con París hasta que, acodado en el balcón de la habitación, he visto en el piso de enfrente a una pareja joven que recogía la cocina. Era el necesario contrapunto cotidiano a la querencia de esta ciudad por lo grande, escena que en su intimidad me decía que todos estos que aún cruzan con el maletín a cuestas y a cuentas, que esperan resignados dentro del coche a que el semáforo se ponga verde o que revisan las mochilas a la entrada de un museo, no son los personajes secundarios de esta película de la que hoy me siento protagonista, sino que el figurante -intercambiable, prescindible- soy yo.

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