miércoles, 4 de diciembre de 2013

CANTA

    El ámbito es, si no evocador, sí propicio al trabajo. Más para corregir que para escribir, diríamos si no supiéramos que corregir es escribir, a veces más escribir que escribir. De frente, el sol poniente sobre los montes Torozos, entre los últimos bloques de Parquesol y el estadio; ya sabéis, esos atardeceres en cinemascope del otoño, con su arrebol, sus flavos y sus malvas, filarmónicos, diríamos. A la izquierda, el sonido de una flauta ensayando unas notas tenidas. A la derecha, el de un clarinete, con sus consabidos cromatismos, un tanto absurdos, entre clase y clase. Son sonidos familiares que llegan asordinados y no molestan. He dicho que el ámbito es propicio al trabajo, y lo es para uno precisamente porque es su lugar de trabajo. Y qué placer hallamos en estos inesperados descarríos de la rutina, como en esta ocasión en que ha telefoneado el padre de un alumno para avisar de que su hijo no asistirá a clase. He dicho también que el ámbito no llega a ser evocador. Pero nunca se sabe; aquí nació hará el año un poema al piadoso sol de invierno, y en este mismo momento miro a un membrillo que, posado en un altavoz, envolviendo el aula con el más sutil de los aromas, me está diciendo algo que debería escuchar con más atención.

Dejo entonces estos brujuleos y saco del bolsillo interior del abrigo el borrador (oscuro) de un poema a una estrella y a todas, hermanas en el misterio. Nació de una imagen un tanto gregueresca pero irresistible: la luna derramando sobre la oscuridad su copa de burbujeantes estrellas. Dio pronto un par de estirones, cuando volvía conmigo a casa en la noche cerrada de mi barrio, tan poco iluminado que parece pueblo, cruzando los solares entre abrojos, y le nacieron ahí algunas imágenes hermosas (son fuentes las imágenes en la incierta jornada del poema). Pero faltaba lo principal. Si es el mejor paseo aquel en el que no sabemos hacia dónde vamos, no puede haber peor destino para la poesía. ¿Dónde íbamos sin final? Sentía uno la tentación de justificar tal incertidumbre con la que nos nace de mirar el cielo, y cerrar así el poema sin cerrarlo. Pero no era tal analogía sino fácil pretexto de la pereza. Poema de preguntas (sabe que ese misterio, una noche estrellada, es insondable), ya cree ver el final. Y canta, ¡canta!


Farola y estrella

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