martes, 24 de junio de 2014

CASAS, COSAS

Para celebrar los cincuenta años de César González-Ruano un grupo de amigos le regala la edición no venal de un libro que él mismo debe escribir. Se le ocurre hacer un censo de las casas que ha habitado en ese medio siglo, el “movedizo cuartel y corte de mi existencia”, nada menos que veintitrés, en Madrid, Italia, Alemania y Francia. El problema es que, para que salga a tiempo de la imprenta, debe escribirlo en apenas cinco días. Esta premura -nada nuevo para un articulista y su vida de prisa- lejos de dificultar la labor del autor, es considerada por este necesaria. “Otros necesitan de la calma, yo preciso de un desasosiego inicial sin el cual no haría probablemente nada.” 
 
Todos los libros de Ruano tienen algo. Incluso los más circunstanciales como este de Mis casas (Fundación Mapfre) aciertan a despertar en el lector simpatía por un autor con tantas sombras en su biografía como luces en sus incontables páginas. Ocurre con el Ruano personaje como con esos gánsters del cine negro a cuya causa uno se adhiere sin condiciones (un Sterling Hayden en La jungla de asfalto, pongo por caso). Casi inspiran lástima algunos pasajes: “Cuando nos eran precisas cosas tan elementales como camas y armarios, compré, invirtiendo en ello todo el dinero que tenía aquella tarde, una piel de cocodrilo y aquella noche casi no se pudo cenar.” La dedicatoria, que podría parecer extravagante, es en verdad entrañable: “A los animales muertos que vivieron en las paredes de estas veintitrés casas oyendo y viendo demasiado.” El prólogo es lo mejor del libro. Escribe en él Ruano: “Lo difícil de estas cosas es dar con ellas -el tema- y, después, el que la idea primaria y electiva tenga más simpatías que diferencias en nuestro propio eco susceptible de creación: escribir luego es lo de menos, es una función hija natural del oficio, de la experiencia profesional, de una rutina que es casi imposible que falle (…) Empiezo, pues, en la mañana madrileña, y en el café Gijón del Paseo de Recoletos. Son las diez en punto. Todavía tengo cuarenta y nueve años. Y una sed de ilusiones casi infinita.”

Luego asistimos al trasiego de aquella vida un tanto aturdidos, sin comprender las causas de tanto movimiento ni las circunstancias que hacen que el autor y personaje tan pronto viva con lo puesto como le sobre el dinero. En un momento dado del escrutinio inmobiliario, pasa de la primera persona del singular a la del plural. Apenas se entrevé la figura de Marta de Navascués, su compañera, excepto en la última línea del libro (también de esta reseña). De la de su hijo, ni eso. Siendo este un relato tan fragmentario a pesar de su unidad temática, no parecerá tan mal como en otros entresacar algunos pasajes de él:

Fue esta una época muy movida, y en ella escribí y publiqué varios libros, entre ellos mi biografía de Baudelaire, que es un libro apasionado y de los que más me gustan de los míos que, en general, me gustan muy poco.”

Bueno, mediano o malo, yo tengo mi gusto, mi gusto que naturalmente a mí me gusta, y no concibo que nadie pueda intervenir en él, por lo mismo que, aunque demasiado bien comprendo la belleza, tampoco cambiaría mi cara por la de un Apolo de escultura griega.”

No sabía aún que para vivir pobremente hay que ser rico y que si no es poco menos que imposible.”

Sólo en moneda extranjera había traído doce mil dólares y unos centenares de libras. Todo se bebió religiosamente.”

(...) los libros, caretas chinas, alguna escultura arqueológica, la famosa piel de cocodrilo, dibujos y fotografías que completan los recuerdos de mi memoria. Tanto amo estas pequeñas cosas que he renunciado a dormir en la alcoba y duermo entre ellas. ¿A dónde irá uno todavía a parar? Ahora cumplo mi medio siglo, y aún no he tenido tiempo para poner marco a muchos cuadros que siguen sin ellos. Salgo poco de casa. Yo, que no tengo nada, tengo estas cuatro cosas y me refugio entre ellas obstinadamente. Todo está viejo, tapicerías, alfombras, pero también estoy viejo yo y no quisiera estar más joven, si a cambio de ella tuviera que borrar algo de lo que he vivido. Equivocada, torpe muchas veces, enferma de vida y de muerte, amo mi vida como un monumento sombrío en que tú sola, tú, a quien nunca nombro, eres toda la luz.”

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