jueves, 14 de agosto de 2014

CATALPA

Hace ya tiempo que dejaron de desazonarme mis lagunas en historia, geografía y otros saberes de lo que se conoce por cultura general. Cada vez le cuesta más a uno torcer sus naturales inclinaciones, y la memoria da para lo que da. Como le dice un asturiano a otro en el polo norte, ye lo que hay. Más rabia me da ignorar el nombre de tantos árboles, o no saber reconocer el canto de más que unos pocos pájaros. Será por eso que da tanta alegría saber de uno hasta entonces desconocido. Sentimos al mismo tiempo que cobrarse uno de esos misterios es perder un misterio, pero nos consolamos pensando que son éstos infinitos, y que en materia tan común y primordial somos todos aficionados. Siempre nos sorprenderá un árbol, un pájaro, una planta, siempre habrá un insecto o una flor esperándonos. En palabras de Trapiello, saben que vamos y no nos decepcionan.
El cámping donde veraneo desde hace unos veinte años posee una variedad arbórea riquísima. Es casi un jardín botánico donde las especies autóctonas cohabitan con los árboles que trajeron los indianos a su vuelta de América. Entre estos, la araucaria, el magnolio o el ombú. Hay también uno muy llamativo, de muy buena sombra, con sus grandes hojas en forma de corazón, sus largas y pinchudas vainas otoñales y sus flores blancas con sus dos manchas amarillas o fucsias y sus ribetes morados y discontinuos. Cuando nos dijeron su nombre lo pronunciamos como quien repite para sí las coordenadas donde duerme el tesoro: catalpa, catalpa. 

 

1 comentario:

  1. Es el árbol de la infancia, por ser el que nos daba sombra todas las tardes que pasamos en el parque del pueblo.

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