jueves, 11 de septiembre de 2014

SI YO TUVIESE...


Si yo tuviese veinte años menos de los que tengo ahora
sería aquel que en 1965 se decía:

Si yo tuviese veinte años menos de los que tengo ahora
sería aquel que en 1945 se decía:

Si yo tuviese veinte años más de los que tengo ahora...

Este poema de Ángel González, titulado “Autorretrato de los 60 años”, incide en una reflexión literaria y filosófica recurrente: la insatisfacción del hombre con su tiempo y la intuición de que en otro pretérito hubiera podido alcanzar esa tranquilidad de ánimo que llamamos felicidad. En el mismo sentido, un escritor catalán nos dejó en uno de sus libros frases como estas:

¡Cuándo seremos felices! Sin embargo, sospecho que ya lo hemos sido, que ya lo fuimos. ¿Se puede ser feliz dos veces en la vida? ¿No sería pedir demasiado a esa cosa tan corta y absurda que es la existencia? Felices, a mi entender, ya lo fuimos una vez hace muchos años los que nos acercamos al medio siglo (...)

Que lo fuimos, no me cabe la menor duda. Hace treinta y cinco años, cuando yo estudiaba el bachillerato, el pueblo donde yo entonces vivía presentaba el maravilloso espectáculo de estar habitado por personas totalmente dichosas. Conocía a muchísimas personas del pueblo. Había ido a la escuela con los chicos más pobres de la población y entraba y salía de sus casas constantemente. No creo que nadie tuviera el menor interés de ocultar nada ni en representar un papel distinto del que tenía en la vida. Aquella gente era feliz en el grado máximo en que uno puede serlo en la vida (...) Pero entonces no nos dimos cuenta (...)

¿Y sabe usted, señora, por qué yo tengo la convicción de que entonces la gente era feliz? Simplemente, porque se aburría (...) El aburrimiento es un producto, una consecuencia de los peligros evitados, de los dolores consolados, de las desgracias amortiguadas. Y dado que eso es lo único a que se puede aspirar, es lo mejor en la vida; dado que esa es la máxima felicidad a que podemos llegar; porque la otra, la que podríamos llamar felicidad activa, no puede ser más que inconsciente; de aquí que aburrimiento y felicidad sean lo mismo (...)

Como los particulares, como los ciudadanos que andamos por la calle, los Estados se encuentran abrumados de dificultades. Todos –organismos públicos y personas privadas– quisieran volver atrás y desandar lo andado. Nadie cree ya en la felicidad del futuro. Es el pasado lo que se ha convertido en utopía, en ilusión, en deseo(...)

Se trata, pues, en definitiva, de que podamos todos otra vez aburrirnos como nos merecemos después de tantos años de vivir en un estado de saturación de sensaciones y de hipertensión de problemas. Esto, claro está, costará mucho, y es muy probable que sea ya imposible volver a verlo (...)

Quieren que nos divirtamos, cueste lo que cueste. Quieren hacernos la vida fantásticamente interesante (...) Se trata de saber quién cederá a quién; si nuestro derecho al tedio cederá a la pretensión de los demás a divertirse y a divertirnos o si sucederá lo contrario (...)

Fuimos ya felices, aunque sin darnos cuenta, hace ya muchos años. Sería extraño que las cosas se repitieran. Nunca segundas partes...

¿No es una radiografía de nuestros males de hoy, esa saturación de sensaciones, esa instigación hacia la búsqueda urgente del placer, esa sensación amarga de la imposibilidad de desandar lo andado? Por mucho que nos parezca que estas reflexiones han sido escritas ayer, no lo fueron ni siquiera hace los 35 años que se mencionan, aquel 1979 en que se iba levantando la niebla de la dictadura. Estos párrafos pertenecen al Viaje en autobús escrito por Josep Pla en 1942, a sus 45 años. Por tanto, la situación de felicidad que rememoran se sitúa a principios del XX, hace ya un siglo. ¿No habría escrito lo mismo a sus 45 años de haber nacido una década o cinco antes o después? ¿Y no será acaso lo que determina aquel recuerdo, más que sus circunstancias, el punto de vista de aquel adolescente, inevitablemente distinto al que tendrían los padres de sus compañeros de estudios ahí mencionados?


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