miércoles, 21 de diciembre de 2016

DQL



Es otro signo de los tiempos. Me ha ocurrido más veces. Al ir a sacar la entrada del concierto del martes, la empleada quiso asegurarse: ¿El de DQ Lee? No, el de las arias de Handel y Vivaldi. Comprobó. ¿Pero es en el que canta DQ Lee, no? Sí, creo que sí. Imagino que captó mi afán didáctico, y de ahí su posterior aspereza, con la que contaba.
La idolatría alcanza extremos grotescos en el caso de los cantantes. Hagan la prueba: escuchen o lean una entrevista a uno de ellos y ya verán cómo antes o después sale a escena la palabra “éxito”. Cuando van teniendo cierto nombre, casi da igual lo que hagan. El programa del concierto que iba a ver era prometedor, con una selección de arias exquisitas (Sento in seno, Sol da te, Ombra mai fu), un concerto grosso de Corelli y un precioso concierto para dos flautas de Telemann.
Pero ahí estaba DQ Lee, que no sólo me hizo pensar absurdamente en CR7 por la elección de su nombre artístico, sino por lo similar de sus poses al ir éste a lanzar una falta que acabará en el segundo anfiteatro y al disponerse aquél a atravesar el umbral del Do5. Ya dije que todo vale. Si en uno de sus silencios baila como lo haría en una discoteca, risas. Si actúa –sobreactúa– en una aria que, fuera del contexto de la obra, no lo pide, risas. Si bromea con pasar la página al concertino mientras la está leyendo, o le da un toquecito de cadera al director, risas. Pero lo más irritante llega cuando éste, Spinosi, pide en el segundo bis que el público cante el “Noche de Paz” mientras la orquesta lo toca, dedicando su interpretación a los niños que mueren en nuestras guerras, y al gallo no se le ocurre otra cosa que salir del escenario y volver con su móvil para agitarlo al ritmo de la melodía mientras afecta un rictus emocionado con la intención de llevar a risa la complicidad sincera que el director había conseguido crear.  
Triste. Qué mal entendido. Recuerdo al mismo Spinosi años atrás, durante el último aplauso de otro concierto, tomando la partitura del Te deum de Charpentier para enfocar hacia la obra los aplausos. Ni más ni menos. Como quien traduce poesía: rigor, cariño y humildad.

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