sábado, 28 de abril de 2018

¡HIP, HIP... OTECA! (RECAPITULACIÓN... Y III)


Marear al personal con los avatares hipotecarios de uno, con sus avances y sus desánimos, sus arreones y sus parones, el tipo fijo y el variable, es algo que no haría ni a mi mejor amigo, salvo quizá, ay, en noche de merluza. Pero sí me quiero reconocer que lidié ese miura con buen talante, sin el ánimo escapista de la primera vez que me vi en semejante tablado. Me daban las 3 de la madrugada consultando comparadores, foros o lo que fuera en Rankia o Helpmycash. Nos habíamos dado desde el contrato de arras dos meses para firmar, tiempo suficiente para aburrir arriba y abajo las calles Miguel Íscar y María de Molina, donde se acumulan las sucursales y los buscavidas habituales ya me conocían. Daba gusto entrar en una de ellas y que a la sola mención de la palabra “hipoteca” llamaran al director, que ceremonioso hacía pasar a uno a su despacho. El nuestro era, decían todos, buen perfil. Había cierto placer en esa concupiscencia de ir a Liberbank faroleando con una supuesta oferta de Bankia para ir luego a Bankia faroleando con una supuesta oferta de Liberbank, sabiendo que si bien el banco nunca va a perder, se trata de que al menos pierda uno lo menos posible. Tampoco nos vamos a poner anticapitalistas a estas alturas; que me digan de dónde sacaría sin el banco las perras para pagar el casoplón.
Los candidatos se habían reducido a dos. Cuando ya me había hecho a la idea de un préstamo con un tipo de interés muy bueno pero con el inconveniente de una vinculación farragosa, una última intentona con un banco con el que no había probado despejó todo recelo. Cuando estaba todo hablado llegó lo más engorroso, la dilación por las oportunísimas vacaciones del gestor con el que había tratado. Visto lo visto, habría sido mejor resignarse a esperar esa semana, pero tuvo uno la natural pretensión de que otro trabajador del banco siguiera con los trámites, que ya sólo eran éso, trámites: enviarme la oferta vinculante una vez recibido el informe del tasador. El de la inmobiliaria me aseguraba que ese paso era automático, pero el nuevo gestor me daba largas y empezó enredar con el seguro de hogar. Yo comenzaba a sospechar que no intentaba sino ganar tiempo hasta que volviera su compañero, haciendo que hacía. Debo decir a este respecto, y voy contra mi interés al confesarlo, que la calvicie del individuo del que hablo me reveló desde el principio la mentira de sus actos, acaso por desnudar la avilantez de su mirada. Al fin, ante mi insistencia, no tuvo más remedio que enviarme la vinculante, y si yo quedé de piedra al comprobar que, siendo jueves, el documento tenía fecha del lunes, él quedó como unas heces cuando, tras llamarle embustero, puse el dedo sobre la prueba de su mentira.
A pesar de esta mala experiencia, debo decir que el trato con la gente resultó aleccionador. Era bueno hablar con cuantos más mejor, porque aunque no interesaran sus condiciones a veces daban informaciones útiles. En Ibercaja traté con un hombre flemático donde los haya (“Parsi”), que me hizo ver algo tan evidente como que para los funcionarios, beneficiarios de pensiones de viudedad o invalidez, un seguro de vida no tiene el mismo sentido que para los que no lo son. "No se trata de forrarse si al otro le pasa algo, sino de poder afrontar la deuda". Aportaba a sus consideraciones un aspecto humano que me pareció insólito en ese ámbito. Se veía que era un buen hombre y que creía en la familia. En Liberbank me llamó la atención la juventud del director. Ganó, y esto es bien difícil, mi plena confianza, y acabamos casi amigos. Habiendo estado muy cerca de conseguir nuestra hipoteca, se tomó con una deportividad admirable mi decisión de hacerla con otro. En BBVA me atendió un hombre que volvía del descanso, y su jovialidad, no sin un tanto de vino, me brindó una lección intensiva de economía tocante a los préstamos, con el valor añadido de que, cosa que por razones evidentes todo el mundo se cuida de hacer, se animaba a dar consejos.    
La mañana de la firma era deliciosa. En el Campo Grande, junto al aviario, el jubilado de siempre daba de comer de su mano a las ardillas, a las palomas y a un carbonero muy valiente. La mañana tan limpia me decía que bien hecho, que adelante.

martes, 24 de abril de 2018

RECAPITULACIÓN, II...


Las prácticas de Cristina serían más remanso que aluvión, un cambio de rutina y ecosistema en el aula al que temía pero que acabó siendo beneficioso para todos. Mi relación con el trabajo ha cambiado en los últimos casi tres años. Antes acudía a él con desánimo quevedesco, como quien dice a morir enseñando, y ahora voy con ánimo epicúreo, como quien dice a descansar. Esto es así desde que nacieron las niñas.
Comoquiera que van creciendo, y con ello mengua la casa, la que teníamos, con gustarnos mucho, se iba quedando pequeña. Más pronto que tarde habría que mudarse. Para mayor tribulación, contemplábamos todas las opciones: respecto a nuestro piso de entonces, alquilarlo o liquidar la deuda y venderlo; respecto a la futura vivienda, alquilarla o comprarla, aquí o allá (siempre que evitáramos la jungla del centro), así o asá. Tras hacer números, decidimos alquilar y comprar. Lo primero salió muy bien, y hoy puedo decir que el dinero que dejan caer cada mes los inquilinos da especial gustito. Lo segundo también: a la tercera casa que visitamos sentimos ese flechazo por las cosas que están como esperándonos, con su inusual ausencia de peros. Un patio con un serbal y una buhardilla de 11 metros de largo, para nada enchepatoria y rebosante de libros, eran la guinda. Ya sólo quedaba intentar ajustar el precio, y si bien esa partida de póker no la ganamos, tampoco se puede decir que la perdiéramos. Conseguimos que dejaran la casa con unos muebles cuya adquisición se pondría en cinco dígitos. Era, en palabras de mi señora, un casoplón. Cuando estrechamos la mano del vendedor, vino a decir que en la feria de ganados de Torrelavega todavía se hacían los tratos así. Fue entonces cuando el agente de la inmobiliaria proclamó sonriente: “Bueno, pues ahora lo importante es señalizar la compra con un contrato de arras”.
Y con las arras empezó la movida de la hipoteca.

sábado, 21 de abril de 2018

RECAPITULACIÓN, I


¿Qué trampa es esta del tiempo que hace que nos parezca más veloz cuando son los días procesión desganada y más pausado cuando los acosan los llamados imponderables? ¿Volveremos a comparar al tiempo con un río? No conoce nadie el cauce por el que correrán sus aguas. Lo accidentado del mío en los últimos meses ha dado en remansos y aluviones, vaquillas o morlacos que ha habido que capear con peor o mejor maña.
Llegó Cristina, la profesora de prácticas, y en el aula había de pronto un aire como más limpio con los alumnos buenos y más viciado con los pasotas. La pobre sufría en silencio mi reticencia a la luz artificial, y anotaba sus cosas en teresiana penumbra hasta que se decidía a pedir permiso para encender. Cuando comenzó la fase de intervención, que así se llama ahora al hecho de que los profesores en prácticas impartan las clases, superó enseguida su inicial temor a no saber llevar a los alumnos de 1º. Hay que decir que Cristina Sevillano López-Romero conocía el paño, pues fue alumna mía durante los cuatro últimos cursos de enseñanzas profesionales, antes de hacer el grado superior y terminar tocando como los ángeles. Fue todo mejor que bien. Pondría el único pero de que, hija de su tiempo, hiciera resonar en el aula a razón de 4 veces por hora el infeliz “en plan”, ante lo que algunos alumnos me miraban de reojo con sonrisilla chinchona. En conjunto acabaron teniendo con ella tal sintonía que su último día de prácticas, que coincidía con el examen, le regalaron unos bombones y unas flores. Habiendo recibido uno en 21 años de docencia no más que dolores de cabeza y esquiveces, no daba crédito. Esto sucedía un 19 de marzo, día, dicen, del padre.

 F. Couperin: Troisième leçon de ténèbres.

lunes, 2 de abril de 2018

MIKKO JOENSUU



Imaginen que escuchan una canción de los últimos Suede, con los típicos giros vocales de Brett Anderson, que a los 2:34 pasa a sonar a Acade Fire hasta que a los 3:30 va abandonando el modo mayor mientras el sonido va pesando más, a lo Mogway, y que de repente, en 5:20, la distorsión desaparece y las guitarras ceden el protagonismo a un teclado kosmisch que ya no suelta el menor, apoyado en una armonía tan sencilla como abrumadoramente bella, y que nos deja levitando hasta que en 8:04 nos despiertan unas voces a lo The Gift. Y sobrevolando todo ello, el sonido de Neu!

Todo esto, que siempre es menos que su suma, en esta canción de un finlandés del que no había oído hablar, uno de esos regalazos que propician las listas de Spotify. Indagando, de primeras me llama la atención, después de lo que acabo de escuchar, que se le etiquete como cantautor. Tras dejar su grupo shoegaze Joensuu 1685, Mikko Joensuu (1986) grabó en año y medio una trilogía de discos titulados Amen que ponen música y letra a la evolución de su sentimiento religioso, desde una infancia marcada por el pentecostalismo hasta la apostasía. Amen 1, austero y sombrío, suena a canción americana, con la voz en primer plano y arreglos sencillos de guitarra o piano. Amen 2 se abre a las bases rock y a las texturas electrónicas. Amen 3, más difícil de clasificar, es otra cosa: un personalísimo trabajo donde caben el minimal, el ambient y el lienzo en blanco de los silencios, una oda electrónica cuyos temas, excepto uno, superan los 10 minutos, llegando hasta los 19 de "The worst in me". Ni es fácil encontrar el momento para escucharlos con la atención que merecen ni podrían las palabras trasladar su valor, que es mucho.

Mikko Joensuu: "There used to be a darkness", de Amen 2 (2016)